sábado, 17 de diciembre de 2011

Dices tú de mili

Esto de contar batallitas de la mili es una licencia que cada vez nos podemos permitir menos personas. Hasta hace poco, creía que afortunadamente, pero os confieso que de un tiempo a esta parte empiezo a creer que a más de uno (o de una, que en esto la igualdad sí que es total) le vendrían muy bien unos mesecitos de mili. Bueno, pues eso, que hoy, si me lo permitís, os cuento una batallita. Aquella mili supuso para mí un paréntesis de un año en mi vida académica, ligada a la Universidad de Málaga desde que empecé mis estudios de Matemáticas, en 1984, hasta hoy. Y por aquel entonces, pensaba que aquella experiencia militar era de lo más alejado que podía imaginar de la vida universitaria. Quién me iba a decir a mí que mucho de lo que viví durante aquel año fueron premoniciones de lo que viviría en mi universidad algunas décadas después. Y me explico.
Finalizaba el año 1990 cuando llegué al Regimiento de Infantería Motorizable Pavía 19, en el acuartelamiento General Ballesteros de La Línea de la Concepción (Cádiz). Hice la instrucción en la primera compañía, bajo las órdenes del Capitán Rojo, encuadrado en la sección que comandaba el Teniente Llamas. Cito sus nombres porque, aunque hoy ya no serán ni capitán ni teniente, igual alguno llega a leer esto, que el ciberespacio tiene esas cosas. Eran dos personas que creían y, me atrevo a decir, amaban su trabajo. Los dos se empeñaban cada día en hacer de nosotros unos soldados más o menos de verdad. Poco menos que una misión imposible con una pandilla de muchachos de reemplazo que tachábamos a diario en el calendario el día menos que nos quedaba para terminar aquel maldito año. Se empleaban con tesón en ese empeño, lo que huelga decir que no despertaba muchas simpatías entre la tropa. Confieso que llegué a empatizar y simpatizar con ellos (secretamente, eso sí, porque lo contrario estaba muy mal visto en el mundillo cuartelario). Les veía dedicarse en cuerpo y alma a nuestra instrucción, y pensaba: “pobres, por más que se empeñen, nunca harán unos buenos soldados de nosotros, porque no nos interesa lo más mínimo; qué felices serían estos dos hombres con una tropa profesional”. ¿Os empieza a sonar la película? Claro que igual el hecho de que al terminar la instrucción fuésemos tan poco soldados como al iniciarla, fue culpa de aquel capitán y aquel teniente, quienes de ninguna manera fomentaron nuestro aprendizaje autónomo, ni diseñaron un proyecto curricular basado en competencias transversales. Otro gallo nos hubiera cantado. Es lo que tiene dar con profesionales viejos con vicios adquiridos.

Finalizada con éxito la instrucción (de hecho, el 100% de los reclutas que la empezamos juramos bandera según lo previsto, lo cual es un ejemplo de victoria sobre el fracaso escolar), fui destinado a la Plana Mayor, y pasé a desempeñar funciones de oficinista en la S4, comandada por el Comandante (valga la redundancia) Gutiérrez y el Sargento Primero Muñoz, dos de las personas más estupendas que conocí en el Cuartel Ballesteros. Entre las funciones de mi oficina estaba la de tener al día la lista de revista del batallón, anotando todas las incidencias correspondientes. Un ejemplo. Cuando a un Land Rover se le estropeaba algo, pasaba a tercer escalón, lo que quiere decir que se intentaba arreglar la avería en el taller del cuartel. El ingreso en tercer escalón se documentaba con un escrito en la sección de mantenimiento, que era remitido a nuestra oficina. Nosotros anotábamos la incidencia en el ordenador, e informábamos de la misma al Teniente Coronel mediante otro escrito (debo decir que la oficina del Teniente Coronel distaba alrededor de 10 metros de la nuestra). Si la avería no se podía arreglar en el cuartel, el Land Rover pasaba entonces a segundo escalón, o sea a unos talleres situados no me acuerdo dónde, de lo cual había que dar cumplida información al Teniente Coronel y puede que al Coronel (ruego disculpas a los lectores por estas imprecisiones; reconozco que no recuerdo exactamente cómo iba lo de los escalones y los escritos, pero la idea está clara), anotando también la incidencia en el ordenador. Con una cierta periodicidad, se hacía una revista completa, para lo que teníamos que imprimir la lista correspondiente de todo el material en mi oficina. Fue entonces cuando descubrí que apenas había un par de Land Rovers completamente “sanos” en todo el batallón, pero a nadie parecía importarle eso, siempre y cuando todos los papeles estuviesen perfectamente en orden. Quién me iba a decir a mí, por aquel entonces, que muchos años después en mi trabajo estaría inmerso en una estructura parecida. Perdiendo el tiempo con programaciones docentes detalladas, métodos de evaluación continua, aprendizajes basados en competencias y demás gaitas neopedagógicas, para encontrarme con aulas llenas (a pesar de Bolonia) de alumnos desmotivados, a los que la universidad no les exige los mínimos necesarios para ingresar, y a cambio les recompensa con títulos cuyo valor en el mercado de trabajo va en caída libre. Pero una vez más, a nadie parece importarle eso. Sobre el papel, somos excelentes.

8 comentarios:

  1. Amén. :)

    No tengo recuerdos tan detallados ni, parece, tan agradecidos, simplemente lo había olvidado. Hasta hoy.

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  2. Aurora Castillo. UCM18 de diciembre de 2011, 11:49

    Qué razón tines. Para mí, como docente resulta absolutamente frustrante esto de Bolonia.

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  3. En varias ocasiones me he definido como del pelotón de los torpes y eso me concede la prerrogativa de preguntar.
    Por caridad, ¿alguien me podría explicar que significa, que hay detrás de, “aprendizaje autónomo” y “proyecto curricular basado en competencias transversales”. Es que yo me pierdo ya en esta parte, no digamos cuando habláis de programaciones docentes detalladas, métodos de evaluación continua, aprendizajes basados en competencias.
    Lo de la mili lo entiendo, yo también soy de esos pocos que vamos quedando.

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  4. Hagamos un paréntesis: Feliz Navidad a todos

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  5. Leyendo el Diario Sur de Málaga, hoy se ha producido un incendio en un edificio y ha fallecido una persona, después de poner a salvo a su mujer, tratando de sofocarlo. Cristóbal Rojo, de 63 años, el que fue nuestro Capitán Rojo... He buscado en internet por si alguien había escrito algo sobre él y dí con este artículo. D.E.P un buen tipo y un buen militar.

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  6. ¡Vaya! Una noticia muy triste. Era, básicamente, una persona honesta.

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  7. Hola amigo.
    Tienes razón, el ciberespacio tiene estas cosas. Y no puedo menos que escribir estas lineas para agracederte el relato.
    Tus palabras me han transportado 25 años atrás, al Pavia 19. Mi primer destino de teniente recien salido de la academia en aquel ejercito de reemplazo. Me acuerdo de ti, pues no he conocido a otros reclutas malagueños licenciados en ciencias exactas. Al licenciarte ya eras Cabo 1º y te habías ganado la consideración y la confianza de tus mandos.
    En tu relato has retratado acertadamente las circunstancias del momento. Estabamos escasos de medios materiales pero eramos millonarios de juventud española y de calidad humana.
    En estos 25 años hemos progresado en equipamiento y en procedimientos, porque era necesario y posible. Pero ilusión, empeño, vocación y ganas no se podrían poner más, porque los soldados se lo merecían (aunque algunos se habrían contentado con menos caña).
    Mi emocionado recuerdo para Juan Cristobal García Rojo, mi Capitán, al que hubiera seguido en combate al fin del mundo. ¡Que en paz descanse!
    Un fuerte abrazo.
    J M LLAMAS.

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    Respuestas
    1. ¡Vaya, mi Teniente! ¡Qué agradable sorpresa!
      Sí que ha evolucionado el ejército, sí. Y además, podéis estar orgullosos, porque creo que es una de las pocas instituciones (si no la única) de nuestro país que ha mantenido (o incluso aumentado) su prestigio, dentro y fuera de España, en los años buenos y en los menos buenos. Las demás...
      Me alegra mucho haber sabido de ti. Si un día vienes por Málaga, ya sabes cómo localizarme.
      Un abrazo,
      Francisco Ruiz de la Rúa.

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