jueves, 14 de julio de 2011

Actos de graduación

                He asistido recientemente a dos actos de graduación, en sendas facultades de mi universidad. Siguiendo la filosofía del cartón piedra excelente que impera en nuestra institución, se da la circunstancia de que un gran número de los alumnos que se “gradúan” en estos actos no han concluido aún sus estudios. En algunas facultades, muy preocupadas por este hecho, parece ser que, tras arduas deliberaciones, se llegó a la difícil e impopular decisión de dejar de llamar acto de clausura al susodicho acto, para pasar a llamarlo acto de fin de estudios. Al menos eso comentaba algún compañero en la puerta, mientras otro, maliciosamente, le replicaba que ese nombre tampoco era adecuado dado que algunos no habían acabado sus estudios aún. Alivia pensar que ningún centro se haya planteado la rancia e intolerante decisión de restringir este acto a los alumnos que de verdad se gradúan, evitando así el vergonzante escarnio de los que aún no lo han conseguido.
                Pero nombre del acto aparte, vayamos al acto en sí. Veréis, os confieso que me he sentido mal. Resulta que el curso pasado me tocó impartir la lección de clausura en uno de esos actos de graduación, o como se llamen. Me asusté un poco cuando me dijeron que tenía que impartir una lección magistral. ¡Si eso ya no se lleva!, pensé. Como me pille un pedagogo boloñés, paso la noche en comisaría seguro. En fin, entenderéis mi miedo. Pero, como buen profesional, me sobrepuse a él, y preparé una lección (eso sí, con Power Point, no os vayáis a pensar) de unos 40 minutos sobre los números. Como matemático y profesor de matemáticas, creí que la historia de los números era un tema suficientemente ameno para un acto de estas características. Bueno, la audiencia ya habrá juzgado la lección. Pero fue, en conclusión, una lección concebida como un acto académico. El último, en teoría, para los alumnos.
                Pues bien, mi desazón empezó a tomar cuerpo cuando, a la entrada de uno de los actos, un compañero comentó que estas lecciones debían ser cortas y ligeras, incluyendo, si fuese posible, anécdotas. Ahí empecé a arrugarme. Las lecciones magistrales del acto (hubo dos) terminaron de machacarme. Vaya por delante que las impartieron personas a las que tengo en una gran estima profesional. Precisamente por eso, pensé que igual yo me había equivocado en la mía. Todo fue “buenrollismo”. Diez minutitos cada una, diciendo lo maravillosos que eran los alumnos, lo mucho que los unos querían a los otros y, en fin, qué bella es la vida y qué bonita la Universidad. Gracias a los padres, familiares, parejas, gracias a los profesores y a los alumnos, gracias a la universidad. Oye, pues igual me equivoqué y torturé a los asistentes con un tostón insoportable, a lo largo del cual jamás les dije a los alumnos lo que les quería, o lo orgulloso que estaba de ellos. Eso me pasa por tomarme las cosas en serio. Y ojo, repito, no digo que las personas a las que escuché el otro día no lo hagan. Al contrario, me consta que son extraordinarias docentes y que dedican mucho tiempo y esfuerzo a sus clases. Ya digo, puede que el equivocado sea yo. Pero ya sabéis, en mi ranciedad, creí que una lección magistral de clausura debía ser un último acto académico para los alumnos. Todo esto (que al fin y al cabo, no es más que una anécdota sin mayor trascendencia) abunda en el dilema que día a día se nos presenta a los profesores universitarios: ¿debemos hacérselo todo lo más fácil y “light” posible a los alumnos, o debemos mantener unos estándares de calidad, rigurosidad y seriedad académicas?
                Eso sí, entre tanto agradecimiento, yo por mi parte agradecí (y se lo dije personalmente) al decano el que en su intervención dijera a los alumnos que debían devolver a la sociedad lo que habían recibido de ella. Porque todo el mundo habló del esfuerzo de los alumnos, de los profesores, de los padres y familiares, pero nadie hasta ese momento habló del esfuerzo de la sociedad. Porque en nuestras universidades, TODOS LOS ALUMNOS ESTÁN BECADOS, y es la sociedad, es decir, cada una de las personas que pagan sus impuestos, la que concede esta maravillosa oportunidad de formarse a tantos alumnos cada año. Por tanto, es responsabilidad de los alumnos esforzarse al máximo por formarse adecuadamente y devolver a la sociedad en forma de trabajo (cualificado) ese esfuerzo. Es nuestra responsabilidad como profesores dar la mejor formación posible a nuestros alumnos. Y es responsabilidad de los dirigentes de nuestras universidades garantizar que profesores cualificados impartan esa formación en las aulas, a los alumnos que estén en disposición de recibirla. Para que en los actos de graduación, todos tengamos, de verdad, la satisfacción del deber cumplido.

9 comentarios:

  1. Pues no sabía yo que se hicieran actos de graduación o como se llamen, yo creo que en mi época no existían. Últimamente estamos muy "americanizados".

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  2. En la sociedad de las apariencias es arriesgado querer hacer las cosas bien. No se lleva mucho y puede (y suele) ser hasta contraproducente...

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  3. Efectivamente: quedé muy sorprendido cuando el año pasado me enteré que los alumnos del último curso de Arquitectura, celebraban su graduación. Como me dijeron que eran tantos como 50 o más, pregunté si es que todos se habían graduado, ya que era la primera promoción de ésta joven Escuela. Y oh! sorpresa, me dijeron que no habían obtenido la graduación ni uno solo de ellos. Eso sí, se organizó un acto (por supuesto americanizado) en los jardines del Colegio de Arquitectos con toda la parafernalia de las "BBC" (bodas-bautizos-comuniones). No sé si hubo cura.

    Detesto éste tipo de actos sin sentido.

    Y Jafma, en la sociedad de las apariencias, mejor dicho en la sociedad que tenemos, lo que hay que tomárselo en serio y hacer las cosas bien, muy bien, y en absoluto es contraproducente. Hay que ser "valiente" y predicar con el ejemplo, que ya está bien.

    Me gustaría conocer la lección magistral sobre los "Números"

    Salud

    BALI GH

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  4. En Ingeniería de Telecomunicación no tenemos estos problemas, pues los estándares de calidad,rigurosidad y seriedad académica hacen que la cifra de alumnos graduados anualmente sea ridícula como para poder hacer un acto de estos.

    Seguramente nuestros docentes estarán satisfechos.

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  5. Respecto al comentario anterior. Como docente de Ingeniería de Telecomunicación: no me siento satisfecho de que el número de graduados sea bajo y, en la medida de mis posibilidades, intento hacerlo lo mejor que puedo.

    Dicho eso, sí me alegro de que en la Escuela de Telecomunicación no se hagan ese tipo de actos tan patéticos.

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  6. Realmente no percibo bien donde está el problema en este tipo de actos. ¿Pensáis que con cambiar el nombre del acto estaría resuelto el problema, y así, numerosos estudiantes de la carrera, que han compartido muchos momentos, y que sólo los diferencian medio o un año en terminar, pueden celebrar su fin o casi fin de estudios?

    Nos sentimos muy extrañados cuando vemos que un acto de este tipo está americanizado, pero luego estamos encantados e invitamos a toda la familia a la actuación de nuestros hijos en el acto de fin de curso. Aquí podríamos decidir no americanizarnos y prescindir de este tipo de actos. Al fin y al cabo nosotros podemos decidir por nuestros hijos.

    Dejemos de señalar nimiedades y miremos dentro de los propios sistemas, por ejemplo en los profesores, que hay habría mucho donde comentar sobre por arriba.

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  7. Pues el problema está en que la existencia del acto, sus participantes o su denominación, como dice Descartes, no deja de ser una “anécdota sin mayor trascendencia” y el “meollo” de la cuestión viene establecido al final: “es responsabilidad de los alumnos esforzarse al máximo por formarse adecuadamente y devolver a la sociedad en forma de trabajo (cualificado) ese esfuerzo. Es nuestra responsabilidad como profesores dar la mejor formación posible a nuestros alumnos. Y es responsabilidad de los dirigentes de nuestras universidades garantizar que profesores cualificados impartan esa formación en las aulas, a los alumnos que estén en disposición de recibirla.”.
    Si no somos capaces de entender esto… .

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  8. Mis alumnos además del acto de graduación organizan una cena a la que invitan a los "profes", y como muchos no han terminado pues van duante varios años seguidos a estas cenas. Pero tan contentos, oiga usted

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  9. En Ingeniería Informática solo se gradúan los que ya han defendido el proyecto fin de carrera para lo cual deben haber superado todas las asignaturas.

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